Ribadelago: una tragedia anunciada
Hoy queremos traeros a colación algo más de luz sobre lo que explicamos hace unos meses en la saga de Grandes riadas, concretamente en los acontecimientos de Ribadelago del 9 de enero de 1959.
Como ya anunciamos en una de nuestras redes sociales, el libro "Ribadelago. Tragedia de Vega de Tera" de J.A. García Díez cayó en nuestras manos. Hemos creído conveniente no solo difundirlo, sino también dar más información sobre lo acontecido.
Su riqueza
Ribadelago, y más concretamente la zona del Lago de Sanabria, fue célebre por su riqueza patrimonial, natural y cultural. Diversas casas "nobles" -si consideramos nobleza la tenencia de títulos- se disputaron el territorio, ya fuese por la tenencia de más títulos, por la extensión de un terreno casi inhóspito que le diese la tranquilidad que en las grandes urbes no conseguían o por la fertilidad de sus tierras y sus aguas.
Paraje natural de gran riqueza (fuente: M. Azorín) |
Si de riqueza hablamos, más allá de títulos nobiliarios, cabe destacar la abundancia de sus aguas para con la pesca. Fueron de renombre las truchas del lago y de los ríos Tera y Segundera. La diferencia de alturas (con peñas a más de 2.000 metros) y la climatología le confieren a ciertas especies arbustivas los requisitos para un crecimiento abundante. Otro gran atractivo, en deferencia a los desniveles, es la posibilidad de obtener pastos frescos durante todo el año para ovino y bovino. Ya más recientemente, una riqueza que explota la naturaleza en forma de visitantes, turistas y excursionistas, que desean disfrutar de la tranquilidad, costumbres y buenos manjares de la zona.
Sin embargo, algo que se encuentra muy presente en la zona y que los habitantes no dieron importancia -por desconocimiento o por falta de medios- fue el poder del agua. Los autóctonos sí que eran conscientes de la fuerza de los elementos, pero este recurso fue visto con muy buenos ojos por parte las empresas hidroeléctricas para la generación de electricidad.
Las hidroeléctricas
En pos del interés comunitario y de todo el país, la energía eléctrica tenía que hacerse llegar a las zonas industriales del maltrecho territorio. Sin más medios que fuerza bruta, la energía más barata de la época era la hidroelectricidad. Tan solo bastaba una presa para almacenar y elevar las aguas, unos cuantos metros de canalizaciones, unas turbinas y unos generadores. Luego solo hacía falta que alguien levantase el interruptor...
El trepidante ritmo de construcción de presas al que se vieron sometidos los ríos fue, en palabras de J.A. García Díez, sorprendente. Desde comienzos hasta finales del s. XX se construyeron más de 1.200 presas. Contando de década en década el ritmo fue el siguiente: 17, 45, 46, 44, 63, 189, 203, 189, 157... puede verse el frenético ritmo de construcción que alcanzó su apogeo en la década de los 60, donde se inauguraron de promedio 20 presas al año (la media del siglo se sitúa ligeramente por debajo con 12 presas/año).
Este auge no se vio interrumpido por un hecho que, por desgracia para unos y por suerte para otros, viene acompañado del progreso: la tan fatídica rotura de una presa. Estos "errores" de la ingeniería hidráulica ayudaron a progresar en el conocimiento. Nuevos materiales y técnicas de construcción surgieron de los avances, siendo algunos de ellos producto de fallos catastróficos como fue el caso que nos atañe.
La rotura
Aunque ya explicamos con material gráfico el desgraciado acontecimiento del 9 de enero de 1959 en Grandes riadas (IV): Ribadelago, queremos dar algunos apuntes más sobre el suceso. Igual que indicamos en aquella ocasión, intentaremos describir esta nueva información con el mayor respeto posible y pidiendo disculpas de antemano por si puede ofender a alguien.
Toda construcción de una obra lleva un registro, un control, para asegurar que todo lo que se está ejecutando concuerda con lo proyectado. Una presa no iba a ser menos. Desgraciadamente en la presa de Vega de Tera quedaron muchos cabos sueltos. Las durísimas condiciones de trabajo y, según se acabó concluyendo por testimonios, la escasa preparación de algunos capataces, acabó por desembocar en la vorágine de la catástrofe. Algunas "pequeñas" filtraciones -normales durante la construcción de presas- auguraron lo peor...
De madrugada (sobre las 00:30 h), con medio pueblo acostado, la presa reventó. En apenas unos minutos alrededor de ocho millones de metros cúbicos fueron proyectados garganta abajo, arrastrándolo todo hasta llegar al Lago de Sanabria. A su paso, Ribadelago.
Una avenida, que se estima que duró entre 8 y 10 minutos y que osciló entre 16.000 y 40.000 m3/s de caudal, llegó a las puertas de los vecinos ribalagueses y arrastró, sin criterio alguno, casas, establos y graneros. Como si de una tragedia anunciada se tratase, 144 personas perdieron la vida esa noche.
Una desgracia que pudo ser peor, y aunque la orografía jugó un papel determinante para con la avenida (que se proyectó directamente hacia el pueblo, con rocas y agua), gracias al roquedo en el que se ubica el pueblo muchas personas pudieron salir con vida de esta catástrofe. Y, además, la existencia del lago -que laminó la avenida- procuró que males mayores no llegases aguas abajo.
Este fue un fallo grave, pero no debemos despreciar las prácticas -propias de la época- con respecto a los trabajadores. La baja cualificación y, como hemos mencionado, las durísimas condiciones laborales (lluvia, viento, frío...), así como las prisas para concluir la obra, ayudaron a que la ejecución fuese si cabe más penosa.
Tras el desastre se intentan buscar culpables. Se acaban enjuiciando responsables de la empresa ejecutora de los trabajos. Un ir y venir de recursos -y contrarecursos- sucede en los años siguientes brindando poca luz y oscureciendo el futuro de ribalagueses. Es por ello que los partícipes deciden llevar a cabo investigaciones para conocer en mejor medida las causas de la rotura y, como no, intentar salvarse de las penas impuestas.
Al principio las causas plausibles fueron diversas. Desde el desbordamiento de la presa por causa de la intensas y duraderas lluvias, hasta la rotura del dique por un terremoto. Si bien es cierto que la cuenca tiene la capacidad de generar grandes cantidades de agua (se estima que el coeficiente de escorrentía supera el 80 %), estas se descartaron porque finalmente la presa se rompió y no pudo desbordar (aunque eso no quedó esclarecido ya que no se registraron los niveles del embalse las horas previas al desgraciado acontecimiento).
Finalmente, los peritos dan conclusiones desagradables para la empresa, por lo que se solicita un "contra-análisis". Es aquí cuando E. Torroja arroja algo de luz -sobre todo para la hidroeléctrica- cuando indica que la rotura era inevitable puesto que los módulos de elasticidad de la mampostería y del hormigón son muy distintos (cosa que se desconocía hasta la fecha), siendo el primero mucho menor que lo que indicaba el estado del conocimiento de aquel momento (un treintavo del hormigón). Así pues, más allá de la caótica construcción de la presa de Vega de Tera, parece ser que el intenso frío fue el causante de la su rotura.
Una desgracia que pudo ser peor, y aunque la orografía jugó un papel determinante para con la avenida (que se proyectó directamente hacia el pueblo, con rocas y agua), gracias al roquedo en el que se ubica el pueblo muchas personas pudieron salir con vida de esta catástrofe. Y, además, la existencia del lago -que laminó la avenida- procuró que males mayores no llegases aguas abajo.
Las causas y las consecuencias
Aunque el Régimen intentó ocultar la desgracia, fue en vano ya que tan solo consiguió minimizar los hechos. Aunque intentó aprovechar este infortunio en su propio beneficio, investigaciones posteriores hicieron enrojecer a sus seguidores. Según relata J.A. García Díez en voz de testimonio recogidos, los inspectores del estado se quedaban "abajo" (la presa se ubica 800 metros arriba de Ribadelago) y se limitaban a recibir información -sesgada- del proceder de la obra, en vez de atestiguar por ellos mismos cómo avanzaba la presa.Este fue un fallo grave, pero no debemos despreciar las prácticas -propias de la época- con respecto a los trabajadores. La baja cualificación y, como hemos mencionado, las durísimas condiciones laborales (lluvia, viento, frío...), así como las prisas para concluir la obra, ayudaron a que la ejecución fuese si cabe más penosa.
Tras el desastre se intentan buscar culpables. Se acaban enjuiciando responsables de la empresa ejecutora de los trabajos. Un ir y venir de recursos -y contrarecursos- sucede en los años siguientes brindando poca luz y oscureciendo el futuro de ribalagueses. Es por ello que los partícipes deciden llevar a cabo investigaciones para conocer en mejor medida las causas de la rotura y, como no, intentar salvarse de las penas impuestas.
Al principio las causas plausibles fueron diversas. Desde el desbordamiento de la presa por causa de la intensas y duraderas lluvias, hasta la rotura del dique por un terremoto. Si bien es cierto que la cuenca tiene la capacidad de generar grandes cantidades de agua (se estima que el coeficiente de escorrentía supera el 80 %), estas se descartaron porque finalmente la presa se rompió y no pudo desbordar (aunque eso no quedó esclarecido ya que no se registraron los niveles del embalse las horas previas al desgraciado acontecimiento).
Vestigios de la arquitectura local (fuente: M. Azorín) |
Finalmente, los peritos dan conclusiones desagradables para la empresa, por lo que se solicita un "contra-análisis". Es aquí cuando E. Torroja arroja algo de luz -sobre todo para la hidroeléctrica- cuando indica que la rotura era inevitable puesto que los módulos de elasticidad de la mampostería y del hormigón son muy distintos (cosa que se desconocía hasta la fecha), siendo el primero mucho menor que lo que indicaba el estado del conocimiento de aquel momento (un treintavo del hormigón). Así pues, más allá de la caótica construcción de la presa de Vega de Tera, parece ser que el intenso frío fue el causante de la su rotura.
Monumento en recuerdo de las víctimas |
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